Yo, yo misma y mi mala fama

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Between the lines.
Impulsos embravecidos como la mar, como un león furioso. Como un toro desbocado, ese corazón bañado en lágrimas amargas que ya nunca volverá a latir con el mismo desacompasado compás. Porque cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.

viernes, 30 de agosto de 2013

DEEP INSIDE

"Ser parte del mundo, 
pero nunca en él",
Acheron.


Amanece, un amanecer frío y húmedo propio de finales de febrero, cuando la nieve invernal y la escarcha comienzan a verse sustituidos por el rocío. Pronto llegaría la primavera y, con ella, volverían los días despejados, luminosos, en los que las sombras se retiran ante los primeros rayos del sol. Pero ese día era un amanecer perezoso, de cielo encapotado y sombras arrastrándose entre los árboles, resistiendo los temores a los envites de la luz matinal. Era una mañana extraña en la que los pájaros del bosque parecían haber enmudecido, pues no se les escuchaba su habitual trino. Solo la brisa entre las hojas de los árboles quebraba el silencio, que resultaba amenazador aun con la belleza del paisaje, la cual comenzaba a revelarse conforme desaparecían las sombras y se alzaba la bruma nocturna... Era un lugar de cuento, un bosque a las afueras de una hermosa ciudad, protegida por bellas montañas que todavía mantenían sus cumbres coronadas por la blanca nieve.

Seven se hundió más aún bajo la manta de lana. Nada parecía más atractivo que esa gota de rocío arrastrándose por la superficie helada de la ventana y el cálido aroma a café recién hecho. Mientras todos sus secretos permanecían ocultos en el armario del desván, él seguía apareciendo frente a ella, desconocido de vida robada, un fantasma sin nombre cuyo oscuro pasado a nadie le importaba. «Si quieres que la gente te escuche, no puedes limitarte a darles una palmadita en el hombro, hay que usar un mazo de hierro, sólo entonces se consigue una atención absoluta», le habría dicho él entre caricias sisadas y sonrisas cargadas de sabiduría.

Él. ¿De dónde venía? ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? Las lágrimas de un corazón roto jugando a correr por sus mejillas cayeron brutas sobre su camisón, haciendo competencia a la mismísima tristeza que merodeaba en los ojos de la mujer acechando como un maldito depredador. En los cuentos existen villanos. Pero ni eso era un cuento, ni él…

—¿Lo soy? —siseó una voz profunda desde su espalda.

No respondió, no era necesario. Todas las palabras danzaban graciosas entre ellos.

Un escalofrío la sacudió; recorrió su espalda, la llanura blanquecina de sus hombros colándose bajo la espesura de una melena oscura como la mismísima noche. Seven tragó saliva cuando la mano del espectro se posó sobre su cadera y la obligó a mirarlo a los ojos.  

—La hora ha llegado. —En los cuentos siempre existen villanos, eso era algo que la policía local sabía muy bien cuando descolgaban el teléfono a la primera llamada de la mañana. No sería ni la primera vez ni la última en la que un cazador llamaba con voz desesperada diciendo que su perro había encontrado un cuerpo en el bosque. Las carpetas de casos se amontonaban en el escritorio de la esquina, todos con mismo patrón, todos fruto de algún misterioso ritual, todos sin un culpable, sin una respuesta y sin nadie que reclamara sus cuerpos—. Siempre lo has sabido.

Seven asintió cuando esos labios creados para el pecado acariciaron la curva de su cuello. La muchacha dejó caer la cabeza hacia atrás disfrutando del hormigueo prohibido que sus besos le regalaban. La había visitado cada madrugada, cada anochecer. Nunca se movió de su lado. Le había hecho el amor apasionadamente en todos los rincones del viejo caserón, se habían amado como fieles amantes durante tanto tiempo que le era imposible recordar el día en el cual él apareció. Seven se fundió con el misterio y voló hacia la lascivia esperando a una muerte, una muerte segura. Una muerte que llegaba poco a poco, y perforaba hasta el alma, a través de las costillas. Desgarrando piel, carne y sentimientos hasta dejar al desnudo un vacío negro, negro cómo los orbes apagados que ya nunca volverían a iluminar aquel rostro pálido, cansado e inerte que yacía bajo la manta de lana que su abuela había tejido años atrás.

Era Seven Doherty, la huérfana y solitaria prostituta de las afueras de Maine. Abandonada por sus padres, abandonada por la belleza, olvidada por el cariño o la ternura de una mirada, alejada de todo rastro de humildad. Sangre humana, huesos de animal y el olor a sexo mezclado con el de la muerte aún presente en el ambiente. Susurros en la oscuridad que no se atrevían a ser revelados a la luz del sol. Los policías murmuraban entre ellos mientras una mujer de unos cincuenta años buscaba señales de violación entre los muslos de la joven.

Él apretó los dientes, gruñendo silencioso, desde la cornisa de la ventana del desván. Era suya. Como las otras doce anteriores. Rostros idénticos, miradas perdidas, soledad como estandarte, de sonrisa fácil. El mismo patrón. Todos eran conocedores de su identidad pero todo el mundo miraba para otro lado, todo el mundo callaba y seguía con su rutina ignorando los cuerpos apilados en las fosas comunes de su cementerio porque nadie quería invocar a las sombras que moraban en casa de sus vecinos, nadie quería mirar a la cara al sospechoso y señalarlo.

Todos quieren a alguien que pueden poseer y amar. Alguien que esté ahí para ayudarte a recoger los pedazos cuando todo se desmorona. Seven lo había llamado, esa muchacha había vendido su vida por una miserable noche acompañada. Todo se volvió oscuro cuando quiso más. La satisfacción es peligrosa.

Incluso para el diablo. 

1 comentario:

  1. Escribir es viajar al país de los sentimientos, pensamiento y emociones. Siempre en movimiento.

    C.

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